A pesar de todo (Karl Liebknecht, 1919)

A pesar de todo

Ultimo escrito de Karl Liebknecht antes de ser asesinado por la socialdemocracia (14/1/1919)

¡Asalto general contra los espartaquistas! ¡Muerte a los espartaquistas!
¡Atrapadlos, golpeadlos, fusiladlos, pisoteadlos, hacedlos
jirones!... En efecto, lo han conseguido, “Espartaco” ha sido
aniquilado. ¡Y ahora vienen los gritos de alegría, desde el “Post”
hasta el Vorwaerts!
¡”Espartaco” ha sido aniquilado! Los sables, los revólveres y
los mosquetones de la vieja policía germánica, reconstituida mediante
el desarme de los obreros revolucionarios tras la terminación
de la guerra, han sido los que han sellado nuestra derrota.
¡”Espartaco” ha sido aniquilado! Bajo la guardia de las bayonetas
del coronel Reinhardt, de las metralletas y de los lanzaminas
del general Lüttwitz, tendrán lugar al fin las elecciones para la
Asamblea Nacional... pero será el plebiscito de Luis Napoleón
Ebert.

¡”Espartaco” ha sido aniquilado! Y es cierto. Los obreros revolucionarios
de Berlín han sido aplastados. Cientos de los mejores
de ellos han sido masacrados. Es cierto. Y un millar de entre los
más fieles arrojados a los calabozos... En efecto, ahí están los vencidos:
abandonados por los marineros, por los soldados, por los
cuerpos de protección, por la milicia popular, por todos aquellos
en cuya ayuda tan firmemente habían confiado.
Lo más importante, sin embargo, ha sido que su fuerza y su
formidable impulso inicial ha sido frenado por la indecisión y la
debilidad de sus jefes, de forma que tan sólo así ha sido posible
que la terrible marea de lodo de la contrarrevolución haya arrastrado
y ahogado a unos luchadores tan decididos.

En efecto, han sido derrotados. Habrá que pensar que su derrota
era un mandamiento de la historia. La revolución no estaba
madura. Los tiempos no eran los más apropiados... Y a pesar de
todo la lucha era inevitable! Dejar a los Ernst, Hirsch y demás
consortes la posibilidad de retomar la Prefectura de policía, convertida
en una especie de palládium de la revolución, hubiera sido
la verdadera derrota y el indiscutible deshonor. La lucha le fue
impuesta al proletariado por toda la camarilla de Ebert, y las masas
berlinesas se levantaron entonces, con un espontáneo rugido,
abatiendo toda clase de dudas e incertidumbres.
En efecto, los obreros revolucionarios de Berlín han sido
aplastados, y los Ebert-Scheidemann-Noske han resultado victoriosos.
Se han alzado con la victoria porque los generales, la burocracia,
los señores de las chimeneas y de los bancales de lechugas,
los clérigos, los sacos de dinero y todo lo que es asmático, limitado
y retrógrado, les han ayudado apoyándose en las bombas
de gas, las metralletas y las granadas.

¡Pero hay victorias que son derrotas y derrotas que son victorias!
Los vencidos de la semana sangrienta de este enero han
combatido gloriosamente. Han luchado por una gran causa, por
los objetivos más nobles para una humanidad sufriente, por la liberación
material y espiritual de las masas esclavizadas. Han vertido
su sangre por una tarea sagrada y por ello su sangre es también
sagrada. De cada gota de esa sangre nacerán los vengadores
de los que han caído ahora. De cada fibra aplastada surgirán nuevos
combatientes, porque su causa es eterna e imperecedera
como el mismo firmamento.

Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana, puesto
que la derrota es su mejor enseñanza. El proletariado alemán está
falto aún de la necesaria experiencia y de una tradición revolucionaria.
Y tan sólo a fuerza de tener su calvario, de aprender a costa
de caídas y errores juveniles, de sufrir en su carne el dolor de
los fracasos, podrá al fin adquirir la formación práctica que le garantice
la victoria final.
Para las fuerzas primitivas de la revolución, elementales y en
su natural desarrollo, la derrota debe significar ante todo una
cosa: el estímulo. Porque, de derrota en derrota, su camino acabará
por llevarlas al éxito.

...Y de los vencedores de hoy, ¿qué decir? ¿Qué decir que no
sea calificarlos como un informe amasijo sangriento arrastrándose
en favor de una causa sin nombre? ¡Son los enemigos mortales
del proletariado! Miradlos bien, porque basta con mirarlos, para
comprender que, hoy ya, son los prisioneros de sus propias vícti-
mas. La socialdemocracia presta aún su nombre a la firma del
Santo Imperio romano-germánico, pero su plazo no es más que el
cuarto de hora escaso de gracia que se le concede al condenado.
Los traidores están ya de hecho en la picota de la historia. El
mundo no ha conocido jamás a unos Judas semejantes, pues no se
han conformado con vender una causa sagrada, sino que han clavado
la cruz con sus propias manos. Lo mismo que la socialdemocracia
oficial en agosto de 1914, ésta de ahora, mucho más vergonzante,
ofrece la misma imagen execrable. La burguesía francesa,
para encontrar a sus verdugos en junio de 1848 y en mayo
de 1871 debió buscarlos entre sus propias filas. La burguesía alemana
no ha tenido necesidad ni siquiera de esto, porque los mismos
socialdemócratas se han ofrecido para realizar tan sucio,
despreciable y sangriento trabajo. Los Cavaignac y los Gallifet están
personificados hoy en Noske, que se denomina a sí mismo
como “el obrero alemán”.

El sonido de las campanas llama a la masacre. Con música y
pañuelos agitados, los capitalistas salvados del “terror bolchevique”
festejan aún a la soldadesca providencial. La pólvora humea
aún y el fuego del asesinato de los trabajadores se incuba sobre la
ceniza. Los proletarios caídos se remueven aún donde han caído
y los heridos todavía sangran por sus heridas... Pero ellos no
piensan más que en hacer desfilar a los batallones asesinos, mientras
que los señores Ebert, Scheidemann y Noske se exhiben inflados
por un orgullo falsamente victorioso.

Entre tanto, el proletariado de todo el mundo se dispone a rechazar
las manos que los vencedores pretenden tender a la Internacional,
unas manos impregnadas aún con la sangre de los obreros
alemanes... Contaminados, excluidos de toda humanidad decente,
arrojados a golpes de látigo de la Internacional, odiados y
malditos por todos los trabajadores: tal es el destino de nuestros
vencedores.
Alemania entera ha sido sumida en la vergüenza más absoluta...
por ellos. ¡Los traidores de sus hermanos gobiernan hoy al
pueblo alemán! ¡Unos asesinos fratricidas erigidos en gobernantes!
Es evidente que su gloria no puede durar mucho. ¡Apenas si
un cuarto de hora de gracia! Porque su reino acabará por encender
de nuevo en los corazones la llama de la revolución. En efecto,
la revolución del proletariado que ellos han pensado sofocar
con la sangre, se alzará por encima de sus cabezas... como un gigante
demoledor. Y su primera consigna será la siguiente: “¡Abajo
los asesinos de obreros Ebert-Scheidemann-Noske!”

Los vencidos de hoy saben algo que no sabían. Están curados
de falsas ilusiones. Hoy saben que no cabe confiar en el apoyo de
nadie, salvo en sus propias fuerzas. Ni siquiera deberán confiar
en los jefes, posiblemente impotentes o incapaces. Los vencidos
de hoy están curados de toda fe centralizadora, de toda creencia
en la sabiduría del partido, sobre todo si éste se autodenomina de
“independiente”. Los revolucionarios han aprendido que, tan
sólo confiando en ellos mismos, podrán librar las batallas futuras,
consiguiendo por ellos y para ellos las victorias del porvenir. La
palabra siguiente a la emancipación de la clase obrera no puede
ser otra más que la obra de la propia clase obrera. Es el derecho
que se habrá ganado a lo largo de numerosas experiencias como
la de la última semana. Y entonces hasta los soldados, engañados
y ofuscados, reconocerán rápidamente el juego que se ha estado
jugando con ellos, lo cual ocurrirá cuando sientan abatirse de
nuevo el látigo del militarismo sobre ellos, despertando así de la
borrachera que actualmente les aturde.

¡”Espartaco” ha sido aniquilado! Es cierto. Pero nosotros seguimos
aquí. No hemos huido ni hemos muerto. Y aunque nos
encadenen, seguiremos aquí, continuaremos estando aquí... hasta
que consigamos alzarnos con la victoria que pretendemos. “Espartaco”
significa fuego y espíritu, significa alma y corazón, significa
voluntad y acción en favor de la revolución del proletariado.
“Espartaco” significa toda la miseria actual y la natural
aspiración a la felicidad, significa y encierra en sí toda la conciencia
de clase del proletariado y toda su audacia para la lucha. “Espartaco”
significa socialismo y revolución mundial.

El camino de Gólgota para la clase obrera no se ha terminado
aún. Pero el día de la liberación está cada vez más próximo. Será
el día del juicio de los Ebert-Scheidemann-Noske y de todos los
poderosos del capitalismo que hoy se ocultan tras ellos. Las olas
de los acontecimientos se levantan hasta el cielo... y nosotros estamos
ya acostumbrados a ser arrojados desde lo más alto a lo
más profundo, pero también estamos habituados a la trayectoria
inversa, lo que no evitará que nuestro navío siga inflexible su ruta
hacia el destino que tiene marcado.

Que nosotros estemos o no entre los hombres, cuando dicha
meta sea conquistada, es lo de menos, porque nuestro programa
seguirá vivo para regir el mundo de la humanidad liberada... ¡A
pesar de todo!

¡A pesar de todo! A pesar de todos los fracasos y derrotas previas,
el ejército aparentemente adormecido de los proletarios se
despertará como ante las trompetas del juicio final, y los cadáveres
de todos los luchadores asesinados se pondrán de pie para pedir
cuentas a los que sólo se merecen sus maldiciones. Hoy no se
oye más que el rumor subterráneo del volcán, pero mañana estallará
en erupción para sepultar a los actuales vencedores entre las
cenizas abrasadoras y sus ríos de lava.
--Karl Liebknecht, 1919.